1991, marzo 23. Un otoño en pañales le da bienvenida ese cálido sábado en el aeropuerto Benjamín Matienzo. En un par de horas será uno de los protagonistas del XIV Congreso Argentino de Alergia e Inmunología, en el que participarán importantes científicos del país y del mundo, entre ellos, Geoffrey Asherson, Moisés Spitz (Inglaterra) Londres, Israel Glazer (Israel) y Federico Villamil (Estados Unidos). Su discípulo y colaborador, el doctor tucumano Alfredo Miroli, oficia de anfitrión.
El hecho de haber obtenido el Premio Nobel en Medicina en 1984 por sus investigaciones sobre los anticuerpos monoclonales lo pone en el centro de la escena. Su presencia ha provocado revuelo en el ámbito científico y ha despabilado la modorra comarcana. Sin embargo, su simpatía y su sencillez hacen olvidar la trascendencia del famoso galardón y admite sin pudor: “no fui un alumno brillante”. Su padre lo ha descripto como “un chico travieso, un poquito rebelde y muy inteligente. No era demasiado estudioso, pero le iba bien en el colegio. Le gustaban el esquí, el alpinismo y toda clase de deportes raros. A los 13 años leyó un libro que se llamaba Los buscadores de microbios, una especie de biografía novelada de Pasteur, Koch y otros biólogos, creo que allí decidió su vocación”.
Nacido en Bahía Blanca el 8 de octubre de 1927, el científico integró la legión de cerebros que se fue del país por la falta de horizontes para continuar la investigación y por persecuciones políticas, como sucedió en 1963. Luego se radicó en Inglaterra, en cuya Universidad de Cambridge se había especializado. “Estábamos trabajando muy bien en el Instituto de Microbiología de la UBA con buenos equipos y sueldos razonables, pero cuando cayó el gobierno de Arturo Frondizi, nos intervinieron. El cuerpo científico protestó y como respuesta el ministro de Salud Pública dejó cesantes a cuatro jóvenes miembros de mi equipo, excelentes investigadores. Yo di un ultimátum: los reincorporaban en un mes o renunciaba. Bueno, terminé presentando la renuncia, y todavía espero que me la acepten”, le dice al periodista de LA GACETA, luego de su disertación.
Estupideces
Y agrega: “muchas veces escuché frases como ‘todos los científicos son comunistas’ y estupideces por el estilo. Creo que en países como la Argentina, la ciencia no tiene ninguna importancia. Mire lo que le pagan a los investigadores y docentes, los equipos que tienen. Para los políticos todo se mezcla, es lo mismo cambiar a un ministro que a un profesor universitario. La ciencia necesita decenas de años para edificarse y basta un día para remover por decreto a un equipo entero de investigadores”.
Pudo haberse hecho rico patentando su descubrimiento, sin embargo, consideraba que este era patrimonio de la humanidad; su trabajo era solo de interés científico, no económico. La Universidad Nacional de Tucumán lo distingue junto a dos de sus renombrados pares. Hay tiempo para confraternizar con colegas amigos y gozar de las bondades de Tafí del Valle.
Faceta desconocida
“Siendo rector de la UNT tuve el honor de nombrarlo Doctor Honoris Causa en una trascendente visita. Unos años antes, por su desarrollo de Anticuerpos Monoclonales (AM), había logrado el Premio Nobel de Medicina. Me impactaban sus investigaciones, convencido de que los AM serían alguna vez la ruta segura para la cura de varias enfermedades, como cáncer o virosis. ¡Vaya! Donald Trump fue uno de los primeros en curarse con AM anti Covid. De carácter escueto y ética filantrópica, por sus convicciones libertarias no había registrado ninguna patente económica por su laureado descubrimiento. Aquí descolló y conocí de él, además, su grata simpatía. Tras febril actividad, solíamos reunirnos en casas de amigos comunes, forjándose cierta camaradería. Una noche, en casa del doctor Heluane, siendo afectos ambos a la cocina, convinimos en cocinar una paella. En esa ocasión, hizo brillar una faceta desconocida, admirable, la de cocinero”, evoca el doctor y escritor Rodolfo Campero.
Luego de firmar el Libro de Oro de la UNT, agradeció el título otorgado: “el más fácil que he recibido en mi vida, pues no tuve que rendir ni prepararme, pero uno de los más importantes pues viene de la Universidad de Tucumán, que es mi casa y es del interior del país”. Hace tres décadas, tras su partida, quedó flotando la sensación de que César Milstein, que se fue de la vida el 24 de marzo de 2002 en Cambridge, era un amigo de los tucumanos.